Racionalismo y Empirismo

Denominación del período de la historia de la filosofía que cabe definir ya como inequívocamente moderno, en contraposición al talante del pensamiento medieval (aunque a la vez inseparable de él), y que engloba, como en una única unidad de fondo, las dos corrientes a que alude, hegemónicas en Europa durante el s. XVII. Dos configuraciones de una tendencia filosófica Pese a lo que suele decirse, racionalismo y empirismo no son dos corrientes de pensamiento contrapuestas, sino más bien dos configuraciones diversas y, hasta cierto punto, extremas de una única y coincidente tendencia filosófica de la modernidad. Es cierto que el racionalismo (cartesiano) parte de la convicción de que la realidad es inteligible y la razón permite al ser humano conseguir, en principio sin límite, la inteligibilidad de lo real, y no es menos cierto que el empirismo, de una manera intrínseca (y a veces exclusiva), reduce el alcance y la validez del conocimiento racional al ámbito de la experiencia; pero ni el racionalismo olvida la experiencia, ni el empirismo deja nunca de ser racionalista. Así pues, sería acaso más apropiado hablar de un racionalismo cartesiano, continental, y de un racionalismo empirista, británico: uno y otro convergen en la Ilustración (s. XVIII) y buscan su síntesis en I. Kant. Y en éste enraízan o a él remiten los más diversos tipos del idealismo contemporáneo: el idealismo trascendental del propio Kant y de sus epígonos inmediatos; los idealismos subjetivo, objetivo y absoluto, de los tres grandes idealistas alemanes (s. XIX); e incluso el idealismo fenomenológico, por un lado, y el neokantismo neopositivista, por otro (s. XX), como nueva y actual bipolarización -equivalente a la escisión moderna entre racionalismo y empirismo- de aquel núcleo filosófico de la modernidad que Kant pretendía sintetizar. Aunque hegemónicos en el s. XVII, el racionalismo y el empirismo europeos no son las únicas filosofías de la llamada modernidad; al igual que el hecho de que sea en dicho siglo en el que dominen tampoco quiere decir que no echen sus raíces en las postrimerías del s. XVI ni que se extiendan hasta entrado el s. XVIII. La historia del pensamiento específicamente moderno tiene, pues, en R. Descartes (1596-1650) su incuestionable epicentro y su figura clave (cuya proclama racionalista es inseparable de la preocupación científica moderna, preocupación que bien puede caracterizarse como radicalmente empirista); pero en él, también sin duda alguna, cabe incluir tanto a F. Bacon (1561-1625) como al mismo G. Berkeley (1685-1753), figuras, por lo demás, tan peculiares, originales e inclasificables como las de la mayoría de los restantes pensadores del racionalismo cartesiano (B. Spinoza, N. de Malebranche y G.W. Leibniz) o las de aquel empirismo británico (T. Hobbes y J. Locke) al que suelen adscribirse. Otras filosofías de la modernidad Asimismo, la filosofía del s. XVII tampoco se reduce a sendos racionalismos cartesiano y empirista: aunque no ajeno al cartesianismo, ni al interés científico (fue uno de los más grandes matemáticos de todos los tiempos), B. Pascal abre como una brecha hacia el humanismo renacentista («razones del corazón»), la apologética medieval y posmedieval (la «apuesta»; la gran obra cuyo esbozo son los «Pensamientos») y el pesimismo de los reformados (relación con Port-Royal; las «Provinciales»). Afín a ella es la grieta que en el ámbito británico representan los deístas y librepensadores ingleses o irlandeses (R. Hooker, ya en el s. XVI, E. Herbert de Cherbury y B. Whichcote; y, a caballo de los s. XVII y XVIII, M. Tindal y J. Toland), no ajenos ni al racionalismo empirista (Locke era deísta) ni al naturalismo (tan renacentista como moderno), pero cuya preocupación religiosa niega la reserva empirista para con lo metafísico (reserva que se rompe preidealísticamente en Berkeley, precisamente como reacción frente al deísmo naturalista de su tiempo); y siguen también su vía peculiar tanto los «platónicos» de Cambridge (R. Cudworth, H. More), cuna del puritanismo, como Shaftesbury y F. Hutcheson, o J. Butler y S. Clarke (famoso por su polémica con Leibniz sobre la idealidad o realidad del espacio). La dialéctica de polarización y contacto existente entre racionalismo y empirismo no deja de ser, por lo demás, expresión acabada de la nueva ciencia moderna, que, con figuras como las de Galileo, Kepler y Newton, conoce en el s. XVII su consagración histórica: dicha ciencia, en efecto, se basa en la experiencia (constatación previa y verificación ulterior empíricas) tanto como en la más pura razón (hipótesis de trabajo y matematización generalizada). Dicho s. XVII presenta, sin embargo, una radical incoherencia con cuya constatación y denuncia debe cerrarse la presentación de la filosofía del mismo: en el siglo de la razón y de la reserva empírica, frente a ideas e ideales suprasensibles sigue dominando la irracionalidad bélica (no ajena a ideologías religiosas o imperialistas): la de una guerra, la de los Treinta Años, en la que toda Europa se halla comprometida de 1618 a 1648 (y hasta 1659, en el caso de las coronas castellana, desde 1640, ya sin Portugal, y francesa, y del principado de Cataluña, que perderá la llamada Cataluña Norte, hasta entonces suya).

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